Trayectoria

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Mi nombre es Alicia López Blanco y quiero compartir algunos aspectos de mi persona y desempeño profesional. Nací en Buenos Aires, Argentina, en 1950, el año del Libertador Gral San Martín, como solía aclarar mi madre. Yo no sabía muy bien qué significaba eso, pero infería que algo importante me adornaba de alguna manera.

Desde chica me interesé por la danza y la literatura. Supongo que también se lo debo a la influencia de mi mamá. Ella había estudiado arte escénico y declamación, algo que se usaba en los tiempos de su infancia, por lo que me enseñó a recitar a temprana edad. En mi casa, los domingos a la mañana mis padres reiteraban un ritual que combinaba canto y poesía. Retrasando el momento de levantarse, él cantaba y ella recitaba turnándose alternadamente mientras yo, desde mi cama alzaba la voz para pedir tal o cual tema o poema. En esas historias me sumergía imaginando hasta el cansancio las mismas situaciones. -Papá, cantá ese tango en el que ella se va y él le dice que no se vaya, que no lo deje solo.

Me crié en Almagro, un barrio muy sencillo, de calles empedradas y veredas rotas. Un edificio de departamentos tipo casa, de esos de corredor largo y puertas que tenían la entrada directa a un patio en el que se encontraban el baño y la cocina. Dos veces por semana se instalaba una Feria, que colmaba de olores y bullicio la cuadra. Un almacén en la esquina vendía mercadería a granel, un papero siempre cubierto de barro, el lechero que dejaba la botella al lado de la puerta, los conventillos de la mitad de cuadra y la borracha del barrio tirada invariablemente en algún umbral. Chicos jugando en la vereda y vecinos que sacaban su silla para charlar y tomar algo de fresco en las tardes de verano.

Sobre la calle Boedo había un mercado grande, con puestos que me fascinaba recorrer porque vendían más de lo que mi mente infantil podía imaginar. No eran tiempos de consumo. Si la televisión ya había visto la luz, ninguno de los chicos del barrio la conocíamos. En la cuadra, nosotros fuimos los primeros en comprarla y todos desfilaron por casa para verla.

Me interesaba mucho observar la vida de los adultos, mirar el ir y venir de los vecinos, y escuchar sus conversaciones. Los retazos de intimidad que se escurrían por las rendijas, los murmullos de las mujeres en el pasillo, los reveladores comentarios de mis amiguitos cuando jugábamos todos juntos, los infinitos matices de emociones sin cauce ni rumbo que habitaban mi propia casa, y el edificio entero, me fueron acercando sustanciales saberes acerca de cómo eran las cosas de la vida, los mundos sutiles de la existencia, los sentimientos y las pasiones.

Eran tiempos de mariposas, paseos en pony los domingos, calesita y lucha por alcanzar la sortija. Cine continuado los miércoles de damas y niños. Números vivos. Pocos juguetes y mucha imaginación.

En mi juventud temprana, cultivé con esmero la tristeza y el conflicto. Con mi grupo de amigos leíamos a Sartre, Kafka y Camus. Vestíamos de negro, sonreíamos poco, éramos graves, serios, intelectuales, existencialistas. Nos reuníamos en los cafés para hablar de lo duro de la vida, la muerte y los caminos que nunca podríamos recorrer. Recitábamos a Rimbaud o Mallarmé, o comentábamos un libro de Jaspers.

Una obra de teatro me marcó profundamente: A puertas cerradas, de Sartre, cuyo argumento daba cuenta de lo inalcanzable de la felicidad. Me sentía condenada a relaciones tortuosas: el infierno son los otros, decía Sartre. También Hermann Hesse, con su dualidad y melancolía, ocupó durante años un lugar privilegiado en mi mesita de luz, y solo fue desplazado en ocasiones por García Márquez o Bioy Casares.

Luego llegó a mi vida el psicoanálisis, bucear en mi interior, llorar por lo que fue, lo que no fue, y lo que ya no podría ser. La pérdida de la democracia, los tiempos duros de la dictadura militar de 1976 a 1983, los amigos que se iban, los que desaparecían. Lo único permanente era la danza, mi vía de escape, mi disfrute.

Comencé a tomar clases a los cuatro años de edad y nunca dejé de bailar. La última vez  sobre un escenario fue a mis 59 en el Teatro Avenida, en el que soñaba actuar desde pequeña. Se trató de la muestra de flamenco de Cantares, la escuela a la que asistí por dos años. Fue para mí como tocar el cielo con las manos. Hasta pude percibir a mi abuelo andaluz mirándome orgulloso desde la platea.

Junto con la danza, otra de mis grandes pasiones fue la escritura. A los siete años escribí mi primera poesía dedicada a mi tía abuela Angélica, la “Tota” para mí. A los diez y seis finalicé la escuela secundaria e inicié mis estudios del profesorado de literatura, castellano y latín. El tránsito por esta carrera que discontinué en el tercer año, dejó en mí huellas imborrables y me estimuló a escribir y a no parar de hacerlo.

Me recibí de Profesora de Danzas a los 19 y comencé mi tarea docente en el Instituto Vernié, una vanguardista escuela privada que adhería a la educación a través del arte y en la cual me desempeñé, durante más de veinte años, como profesora de Expresión Corporal, Coordinadora de Juegos Teatrales, Taller Literario y Recreación en la sección primaria y educación inicial.

En esa época me interesé por perfeccionar mis estudios e incursioné en talleres de juego, teatro, psicomotricidad, Gimnasia Consciente y Expresión Corporal. En esta última disciplina me formé y egresé de la Primera Escuela Argentina de Expresión Corporal, creada y dirigida por Patricia Stokoe, quien fuera mi maestra del cuerpo y de la vida. Participar, además, en su Laboratorio de Investigación en Técnicas Corporales dejó una fuerte impronta en mi manera de concebir cuerpo y movimiento.

En el interín me casé y tuve tres hijos, y también me divorcié en una época en que eso no solo no estaba bien visto sino que resultaba, en un punto, escandaloso.

Junto con mi hermana Claudia, fundamos allá por los 80 el Taller Nube Azul de actividades artísticas integradas, al tiempo que  trabajaba como profesora de Expresión Corporal en tres establecimientos geriátricos.

Participé activamente en el Movimiento Argentino de Educación por el Arte (MAEPA), coordinando el área de movimiento y lenguaje corporal, y en la Asociación de Profesionales de Técnicas y Lenguajes Corporales (APTELEC), formando parte de las comisiones directivas de ambas organizaciones.

Conocí la reflexología justamente en la escuela de Patricia Stokoe, por un libro que ella nos recomendó en una clase: “El cuerpo tiene sus razones” de Therese Betherat. Luego Esther Buk, recién llegada de Israel, dio una charla en el estudio, contando lo que había aprendido de esta terapia de la mano de Avy Grinberg. Fue ella quien lo trajo a la Argentina y facilitó la formación en Reflexología Holística que él brindó aquí a principios de los 90 y que tuve el beneficio de transitar.

En esos tiempos me interesé por leer toda la bibliografía sobre el tema que pude encontrar y decidí viajar a los Estados Unidos para beber de la fuente de la reflexología para occidente: los seminarios del International Institute of Reflexology (St Petersburg, Florida, USA), que había fundado su pionera, Eunice Ingham. Luego de su fallecimiento quedó a cargo Dwight Byers, quien fuera mi maestro. Allí me formé como Reflexóloga e Instructora de Reflexología, representando en la Argentina al Método Ingham.

Incursionar en el mundo de las terapias complementarias me llevó a conocer representantes del movimiento New Age que, según mi parecer de aquel momento, proclamaban la felicidad por decreto. Algo así como el imperativo categórico de Kant aplicado a pensar de manera optimista. El pensamiento positivo a costa de todo: la negación, la omnipotencia, el pensamiento mágico. Mi cerebro lógico se vio sacudido profundamente por tal extremismo pero la filosofía holística comenzó a moldear mi mirada sobre el ser humano y la vida, y a integrarse con mi mirada humanística y existencial. Esta ideología integradora de las variables involucradas en los sucesos me ofreció una forma diferente de entender la realidad y vislumbré en ella un puente entre los griegos de la antigüedad y los más recientes descubrimientos científicos, lo que calmó mis ansias de un aprendizaje afín a mi estilo de pensamiento.

En esa etapa comprendí que lo espiritual no estaba necesariamente ligado a una doctrina religiosa sino a una experiencia personal relacionada con sentirnos parte de una unidad mayor que nos abarca, supera y sostiene. Esa sensación formaba parte de mi experiencia desde hacía ya muchos años.

Inicié en esa década mis estudios de psicología pues necesitaba seguir profundizando en los misterios del ser humano, mi tránsito por la Universidad de Palermo enriqueció mi universo y colmó gran parte de mi avidez de conocimientos y teorías. Necesitaba más herramientas para seguir acompañando a mis pacientes. Egresé como Licenciada en Psicología con especialidad clínica.

Del mismo modo que nunca dejé de bailar, tampoco dejé de estudiar, con la conciencia de que no alcanzan mil vidas para abarcar el infinito mundo de saberes que el ser humano construyó y aceptando las limitaciones que la finitud me impone.

En 1992, junto con Enrico Udenio, mi marido, fundamos la Escuela Argentina de Reflexología Holística que, en su evolución y crecimiento devino en el Instituto Argentino Holístico y el Instituto Iberoamericano de Salud Holística, instituciones que durante casi 20 años se dedicaron a la clínica y formación permanente en el área de la salud integral de la persona.

En esos años logré también elaborar cuatro proyectos educativos presentados y aprobados por la Dirección General de Enseñanza Privada (DEGEP), mientras co-construía una familia ensamblada y me ocupaba de mi casa y de mis hijos, escribía libros, atendía pacientes, daba clases, participaba en congresos y en medios de comunicación como columnista.

Actualmente me dedico a la escritura, la atención de pacientes de psicoterapia en mi consultorio privado, la docencia en Reflexología y Salud Holística, la capacitación de docentes en el área de educación emocional y espiritual, y a disfrutar de cada uno de los roles que ejerzo, fundamentalmente el de abuela de Juana, Filipa, Ulises y Aleph que iluminan cada momento de esta etapa de mi vida.

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