Déjate sostener

Extraído de “Estar Mejor”, Alicia López Blanco. (Ediciones B)

Hasta mis seis años de edad, con mis padres solíamos ir a pasar los domingos a un club cercano al Río de la Plata. Ni bien llegábamos dejábamos nuestras pertenencias en un armario y, sin que mediara pausa alguna, partíamos hacia el río. 

Para llegar a la playa teníamos que atravesar un sinuoso y poco marcado camino entre juncos. El lugar, muy agreste, le daba un marco de aventura a la experiencia. Las varas nos raspaban las piernas y eran tan altas que no nos permitían ver más allá de unos metros. Muchas veces perdíamos el rumbo y teníamos que desandar lo andado para encontrarlo. Cuando ya parecía que nunca hallaríamos el lugar, la gran masa de agua se presentaba de manera abrupta. Su inmensidad no dejaba de estremecerme en cada ocasión. 

La pequeña playa se adentraba en el río con un declive suave. La textura del lecho, barrosa y ondeada, me generaba algo de aprensión e inseguridad. La habíamos encontrado por azar y, dado que en todas nuestras visitas al lugar nunca nos habíamos cruzado con persona alguna, nos gustaba imaginarnos sus descubridores. 

Mientras mamá y yo permanecíamos en la orilla, papá se sumergía rápidamente en el agua y nadaba lejos. Al rato, venía a buscarme y me llevaba hasta donde yo no hacía pie. “Te voy a enseñar a hacer la plancha” – me decía – “es muy importante que la aprendas pues te puede salvar en caso de un naufragio, o si estás nadando y te sorprende una tormenta, o te acalambras, o la corriente te lleva lejos y no encuentras el camino de regreso. Si alguna vez te hallas en alguna de esas situaciones, no te olvides, coloca tu cuerpo cara al cielo y flota. Confía en que el agua te traerá nuevamente a la orilla.” 

Déjate sostener

Con sus manos sosteniéndome por debajo, yo intentaba lograr el cometido pero en cuanto él comenzaba a alejar de manera paulatina su sostén, me hundía indefectiblemente. Llorando de miedo e impotencia le rogaba que diera por terminada la lección pero él, implacable, respondía. “Si te rindes tan fácilmente no vas a poder sobrevivir, vamos a intentarlo otra vez. El problema es que no te pones lo suficientemente floja. No te dejas sostener por el agua. Afloja el cuerpo, así, bien flojito. Afloja los pies, las piernas… te estoy sosteniendo así que relaja… ahora la espalda y la cabeza… respira suave y lento. Presta atención al aire cuando entra y sale. No muevas nada… no te olvides de respirar. Deja tu cuerpo muy quieto y laxo… así… Si te hundes un poquito no importa porque en seguida saldrás a flote. Siempre vas a salir a flote si no te olvidas de relajarte y respirar. No realices ningún movimiento… no es necesario… el agua te sostiene. Ves, ya no te estoy sujetando y el agua te sostiene. Si no te olvidas de relajarte y respirar puedes sobrevivir a cualquier tormenta.”

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