Perdonarnos a nosotros mismos
Perdonar implica dejar sin efecto ni consecuencia una deuda, ofensa, falta, delito o error. Se trata de liberar de responsabilidad a quien nos ha lastimado o agraviado pero ¿qué pasa cuando la culpa y el enojo se dirigen hacia uno mismo? Salvo que nuestro estilo sea el de negar o evitar, podemos llegar a ser implacables cuando hemos dañado a alguien, o arruinado nuestro proyecto de vida, o nos ha dominado un impulso vergonzoso, o nos hemos involucrado en alguna situación contraria a nuestros deseos, principios o valores.
Es importante destacar que no todas las personalidades son proclives a auto inculparse o hacerse responsables. En general, las narcisistas y las psicopáticas, por su egocentrismo y falta de empatía, difícilmente caigan en el remordimiento luego de accionar de manera incorrecta o trasgredir alguna norma.
En el otro extremo se encuentran quienes tienden a culparse por todo, y hacerlo en exceso, se juzgan duramente y auto–condenan. En ellas se encuentran combinadas la culpa, la vergüenza y los deseos de auto–castigo, lo que no necesariamente implica hacerse responsables o realizar esfuerzos para cambiar o reparar. En estos casos, la respuesta de auto–condenación suele asociarse a la evitación o dificultad para afrontar lo hecho, y difiere del remordimiento, ese pesar que permanece en nuestro interior cuando somos conscientes de haber realizado una mala acción.
Cuando el arrepentimiento es auténtico junto con el cambio emocional se experimenta la necesidad de realizar alguna modificación en la conducta, orientándola hacia la reparación del error cometido. Este accionar da cuenta de un aprendizaje, y es ese el que ayuda a evitar la repetición.
En todos los casos, queda librado a la conciencia de cada uno el cuestionamiento acerca de cuánto y cómo hacerse cargo de los errores, equivocaciones y perjuicios generados, y de qué manera dar respuesta en los casos específicos que así lo requieran.
En primer lugar, para perdonarnos necesitamos reconocer lo que hicimos como inevitable e irreversible, porque solo supimos o pudimos hacer lo que hicimos, y ya es imposible volver atrás en el tiempo para realizarlo de otro modo.
Lo único que está a nuestro alcance es reparar en el presente lo que sea posible, utilizando esa energía para tirar a la basura los platos que hayan quedado muy rotos y pegar aquellos que nos brindan esa opción, sabiendo que las marcas quedarán para siempre. El perdón no modifica el pasado, pero sí cambia el presente. Perdonar significa que, a pesar de estar lastimado, uno decide afligirse menos.
Comprender y reparar son dos aspectos que colaboran positivamente en el proceso de perdonar.
Si por milagro pudiéramos recorrer la infinidad de caminos probables ante cada circunstancia y ver cómo hubieran resultado las cosas de haberlos seguido, nos equivocaríamos menos. La realidad es que no podemos visualizar el futuro y, con los hechos a la vista, es fácil realizar la crítica.
En muchos casos, no es lo que hicimos mal lo que nos persigue, sino aquello de lo que no nos hemos ocupado: deseos no realizados, lo no hecho, lo postergado indefinidamente, los caminos no recorridos, las palabras no dichas, las decisiones no tomadas. Tal vez estudios inconclusos, un tema conflictivo sin aclarar con una persona querida, un sentimiento amoroso no expresado a tiempo, la desatención a alguien de nuestro entorno, no tomar la decisión correcta al dejar una relación o un trabajo, o lo que fuera que retorna en forma de auto–reproche. Lo único que podemos hacer con eso en el “aquí y ahora”es reparar lo posible, soltar lo que no fue, y aceptar lo que hay. Del error, siempre podremos extraer algún aprendizaje.
La diferencia entre el perdón que recae sobre nuestra propia persona, y el que le concedemos a otro, es que no podemos alejarnos de nosotros mismos, tomar distancia o dejar de vernos, pues el contacto es inevitable.
Perdonar a los otros
En todas las relaciones humanas existe la posibilidad de sentirse herido por la conducta del otro, sea por cuestiones de menor gravedad, como algo dicho sin pensar, o por alguna acción que implique un mayor agravio. Esto cobra más relevancia en las relaciones cercanas como la pareja, la familia y las amistades.
Cuando se trata del perdón a un otro, podemos llegar a concederlo sin que este muestre signo alguno de arrepentimiento, podemos hacerlo de manera unilateral: perdonamos por nosotros, para aliviar nuestro propio malestar, sin que necesariamente requiramos una reparación por parte de quien cometió la afrenta. Si se trata de alguien que participa de nuestras vidas, podemos decidir reconciliarnos o alejarnos sin guardarle resentimiento y, en el caso de que el ofensor no se encuentre involucrado en nuestro universo de relaciones, no tenemos por qué volver a verlo ni promover la cercanía.
El hecho de perdonar puede ser liberador de sentimientos negativos como el resentimiento, el rencor y el ansia de venganza, que alojados en nuestro interior no hacen otra cosa que intoxicarnos. Por otra parte, es necesario resaltar que hay cosas que son imperdonables, y el hecho de vernos forzados a hacerlo puede convertirse en una re–victimización. Muchas veces no perdonar puede ser más liberador que hacerlo pero, en ese caso, conviene siempre trabajar en la aceptación del daño para liberar emociones enquistadas que pudieran lastimarnos aún más.
Necesitamos diferenciar el perdón de otras tres variables con las que podría confundirse:
- Del hecho de negar que el daño haya ocurrido.
- Del olvido, que elimina de la conciencia a la ofensa.
- De la justificación, que implica la aceptación de los motivos por los cuales fue realizado el perjuicio.
Perdonar es reconocer el daño y, aun viendo que no tiene justificativo posible, decidir hacerlo.Esto no implica de ninguna manera la reconciliacióncon quien nos ha lastimado. Se puede permanecer en una relación sin haber perdonado, o perdonar a quien ya no se encuentra en nuestras vidas o a quienes, para preservarnos, no deseamos que sigan participando de ella.
En el proceso de perdonar es fundamental facilitar la disminución de las emociones negativas en nuestro interior porque, de lo contrario, el daño no tiene fin. A veces ayuda el razonamiento y otras veces es el amor el que viene al salvataje. Eso pasa cuando la afrenta se produce en el marco de una relación afectiva en la que, pasado el enojo, el sentimiento positivo puede volver a aflorar y, desde ese lugar, construirse un puente de acercamiento, siempre que las dos partes estén interesadas en subsanar el vínculo.
En todos los casos, hace bien dejar ir, dejar atrás, quitarle peso al hecho. Necesitamos perdonar no para aliviar al otro en su culpa sino para quitarnos la carga que implica llevar en nuestro interior emociones negativas que para lo único que sirven es para intoxicarnos paulatinamente. El perdón es una decisión a favor de nuestra buena salud y calidad de vida.
Cuando perdonamos, experimentamos una disminución del enojo, desciende la necesidad de alejarnos de quien nos ha dañado, y desaparece el deseo de venganza.La humildad, el auténtico arrepentimiento, y las disculpas sinceras, ofrecidas por quien nos ha lastimado, pueden predisponernos de mejor manera para hacerlo pues, cuando nos hieren, todos precisamos algún tipo de reparación. Ansiamos la confirmación de que, quien infringió la ofensa tome conciencia del mal realizado y nos comunique ese reconocimiento.
Lamentablemente, en la mayoría de los casos, la necesaria respuesta del otro no tiene probabilidad de ser, sea porque no se arrepiente o porque por fallecimiento o lejanía no está ahí para responder por sus actos, por lo que la reparación la tenemos que realizar nosotros mismos explicándonos lo sucedido, tratando de comprenderlo, de aceptarlo, de ver el aprendizaje que podemos extraer del suceso, y brindándonos aquello de lo que fuimos privados en la afrenta: cuidados, amor, consuelo y atención a nuestras necesidades.
Comprender, aceptar, reparar y transformar son fases que colaboran positivamente en la activación del perdón tanto referido a uno mismo como a los demás.
Perdonar no implica borrar la falta o hacer como si nada hubiera pasado. El hecho queda registrado en la historia y por tal razón el pasado siempre está vivo de alguna manera en la memoria. El recuerdo sigue, pero ya no lastima.
Basado en mi libro SER, HACER Y TRASCENDER (Albatros)
7 respuestas
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